Nostalgias franquistas



Miguel Sánchez-Ostiz

Que el sistema político español protege al franquismo, como régimen dictatorial, con apoyos policiales y judiciales, queda ahora mismo fuera de toda duda. Son los hechos, del dominio público, los que hablan como pruebas eficaces, y a diario, por mucho que los medios de comunicación afines al Gobierno los quieran silenciar, los tergiversen o los apoyen de manera expresa. No sé qué puede resultar más escandaloso (si todavía hay algo que consiga serlo), que el Gobierno declare que la exaltación o enaltecimiento del franquismo no es delito, que consienta que la Fundación Francisco Franco conserve documentos considerados como secretos de Estado o que un juez de clara inclinación política, exsenador del PP, admita a trámite una querella contra Wyoming y Dani Mateo por una burla sobre el monumento de Cuelgamuros, que no hace sino expresar lo que una parte significativa de la sociedad española opina de esa construcción y de su significado. Dicho sea de paso, querer convertirlo en un monumento «a la concordia» por decreto es un abuso y un agravio… y una sandez. El Valle de los Caídos es lo que es y fue construido como fue construido, por mucho que historiadores afines al régimen franquista sostengan en su apoyo que quienes allí trabajaron lo hicieron poco menos que por gusto. Sus muros fueron rellenados, sin contar con las familias en muchas ocasiones, además de con los restos de los «héroes», con los de personas «sacrificadas» –pues esa es la expresión que figura en documentos oficiales de la Guardia Civil encargada de esas exhumaciones– y enterradas en campo abierto de las que ni siquiera se pudo establecer identificación alguna

La represión gubernamental que ha caído sobre humoristas y no humoristas ha tenido el efecto de radicalizar el discurso de la disidencia, de modo que los «chistes» sobre Carrero Blanco o el Valle de los Caídos se han convertido en un aluvión, en claro desafío y respuesta a la demencial sentencia caída sobre la tuitera Cassandra. Burlas y feroces veras. A propósito, ¿esos chistes son sobre o son contra? Yo creo que son contra, pero no contra alguien en concreto, ni mucho menos contra las víctimas del terrorismo, sino contra la ideología que inspira el actual Gobierno español: policiaca y autoritaria. Esos chistes valen por columnas de opinión o editoriales, por tomas de posición y por gestos de rebeldía.

Por otro lado, la reescritura de la historia reciente y menos reciente a favor de las tesis ideológicas de una derecha de resabios franquistas es también un hecho. No es casual que cundan las noticias de incumplimiento sistemático o malicioso de la Ley de Memoria Histórica, de homenajes al franquismo –acompañados de exaltación de sus himnos, banderas e imágenes–, no solo como nostalgia de una dictadura y de la represión policial y judicial que la sostuvo, sino como afirmación del lado más oscuro de un régimen autoritario, el actual, que carece de la mínima empatía hacia las víctimas del franquismo. El propio presidente de Gobierno fue un valedor expreso del franquismo, un heredero feliz, como lo fue quien fundó el PP, un franquista convencido, activo y ruidoso, amigo de los tumultos autoritarios y de tomar la calle a tiros: Manuel Fraga. ¿Revisionismo? Ni tanto, mejor hablar de pervivencia, todo lo travestida que se quiera, pero pervivencia al fin y al cabo, de un régimen y sus instituciones que han proyectado su sombra espesa en el periodo democrático hasta ahora mismo.

No cabe hablar, me temo, de casos aislados ni de formas de expresión epigonales, por muy grotescas que sean sus manifestaciones exteriores, sino de una decidida política oficial de edulcoración y negacionismo de un régimen en su absolución plena que impida que aquel pasado ominoso pueda ser juzgado de la manera que sea. Por qué ahora, cabe preguntarse. Tal vez porque esa defensa exacerbada, académica, guapetona de la dictadura, poco importa la forma, sea también una forma de oponerse a la presencia de una izquierda que reclama con insistencia contra la desmemoria y que publica trabajos de investigación, exhuma restos de asesinados y emprende procesos judiciales contra el muro de la impunidad… y de paso una siniestra seña de identidad de clase: basta ver el entusiasmo que gasta la derecha más montaraz en aplaudir todos y cada uno de los abusos gubernamentales o a su amparo perpetrados. Podemos estar a un paso de que se persigan publicaciones que, a juicio de la superioridad, menoscaben la imagen de la dictadura y sus protagonistas, absueltos por la historia, es decir, del regreso de la implantación plena de una historia oficial a modo de consigna. ¿Por qué no? Me gustaría saber qué es exactamente lo que se lo impide. ¿Apocalíptico? Mucho y tremendista también, pero está visto que la maquinaria de las multas y procesamientos no para.


*Publicado originalmente en Cuarto Poder y en el blog del autor, Vivir de buena gana (12/4/2017)

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