Alrededor de un viaje hasta el Huayna Potosí


PABLO CINGOLANI -.
Algo se está gestando 
lo siento al respirar 
es como una luz nueva 
que en mi comienza a hablar…
Arco Iris: Sudamérica, 1972


Son las 6:45 AM. Acaba de amanecer y el sol ya revienta, inundando el valle. Una de las visiones más bellas que uno puede procurarse en estos días de la vida y llevársela puesta en los ojos: es ver cuando ese sol de altura, ese sol desde las alturas, se empieza a derramar sobre la ciudad que yace allí debajo. Pero lo más estremecedor de todo, lo más cautivador, lo que nunca se te va a olvidar y se labrará en tu espíritu, es ver cómo ese sol, ese sol titánico, ilumina las montañas de la cordillera, y entonces la nieve de las cumbres brilla, y brilla de tal manera, con tal potencia expresiva y tanto magnetismo natural, que a uno no le quedan dudas: las montañas viven, están vivas, respiran, te miran. 

Ellas te miran. Ellas son las dueñas de tu mirada y te guían. Vamos subiendo en un carro desde La Paz hacia El Alto, y no adviertes que entre tanta maravilla que se devela, tanto prodigio que te agasaja, tanto Tata Inti celebrando el día que crece y crece, subiendo y subiendo, ya estás metido en Alto Lima, ya vas dejando atrás el asfalto, ya estás saliendo de una de las urbes más inusuales y estimulantes del orbe y cuando ya no te queda lugar para el asombro, debes contener el aire, encontrar la fuerza para más devoción y dejarte penetrar por otra imagen sobrecogedora, de una belleza perfecta y sin atenuantes que secuestra tus ojos y te seduce sin remedio, sin límites: el Huayna Potosí está allí delante tuyo, el Huayna Potosí está allí.

* * *

Si sentimos profundamente a Sudamérica, su esencia vivencial, espiritual, estética, no puede sino anclarse en los Andes. Sin la tremenda cordillera que nos atraviesa de norte a sur, desde el mar Caribe hasta el cabo de Hornos, sin en ese verdadero espinazo geológico, columna vertebral geográfica, eje de vertebración con el cosmos, es muy difícil explicarnos, entender lo que somos. 

Sudamérica es un continente que se eleva hasta al cielo desde los Andes, y sólo desde allí, desde esa imperiosa necesidad de elevación, es que se derrama hacia los dos océanos de una manera vertiginosa y avasallante. Sudamérica es puro hallazgo, es demasiado ímpetu: Las inmensas llanuras continentales no son más que la recurrente insistencia de las montañas por extender su bendición de agua fértil por todo el espacio que nos abarca. 

Sientan este fervor: las aguas de ese pequeño río que atraviesa La Paz, las potentes pulsiones que atesora el gran Choqueyapu, llegan al océano Atlántico tras un viaje imposible y dejar atrás media Sudamérica, el puerto de Belem y la gran isla de Marajó. El río-mar de los antiguos no nace en la selva, nace en la cordillera: el Amazonas es un río de los Andes. 

Si lo pensamos así, si pensamos que el Amazonas nace también de los deshielos del Huayna Potosí y el hecho no es más que evidencia geográfica, no sólo desintoxicamos la mirada, no sólo abrimos el corazón a las virtudes espaciales, sino que podemos experimentar una sensación inédita de felicidad. Y es esa felicidad, la que te abraza y bendice certificando eso esencial, eso de sentirte parte de lo esencial —lo esencial del corazón telúrico sudamericano—, eso que se define de manera genérica como “Los Andes”, eso que se conoce en los libros como “La cordillera”, eso que de manera sensible fuimos a buscar, una vez más, con Gastón Ugalde, subiendo de La Paz a El Alto, dejando atrás Alto Lima y arribando hasta donde él se está, y siempre se estará: el Huayna Potosí estaba allí, se estaba allí, una vez más, montaña en su eternidad, para nosotros.

* * *

Veinte años atrás, el mundo no estaba ni tan interconectado ni era tan absurdo —o era igual de absurdo pero no era tan evidente. Veinte años atrás, el mundo como siempre era ancho y obviamente era ajeno pero eso nos importaba un carajo. Veinte años atrás, el mundo era nuestro y fue por eso que nos propusimos con Gastón un proyecto vivencial, espiritual y estético, fundamental, fundacional. Lo bautizamos, simplemente: Imagina Bolivia. Y bajo ese deseo y esa convicción nos lanzamos detrás de una pasión compartida: perdernos por los caminos, perdernos por los territorios, caminar, vagar, deambular, creer, crear. 

Esto lo conté en otro texto: el que vaga –aunque no lo sepa- lo hace siempre hacía la divinidad. No se camina porque sí, siempre se camina hacia algún destino, y ese destino es siempre sagrado —y esto es lo mismo en el budismo, la religión andina, el cristianismo o la lucha por la liberación definitiva. La humanidad, en esencias, es siempre una sola. 

Veinte años atrás, el mundo era menos hostil para con los vagabundos y los caminantes. Ni conocíamos internet por estos lados del mundo. No había motivos en contra de no hacer lo que hicimos. Era pura voluntad: vagar —como banda de gitanos, a lo Hendrix— medio año por las profundidades de Bolivia para encontrar las imágenes del país que amábamos. Y las hallamos. Y no nos olvidamos. Y después seguimos vagando y haciendo videos, esta vez sobre los parques nacionales: sobre el Kaa-Iya y el Madidi, que estaban recién creados; sobre el Sajama o el Amboró que eran más veteranos. Viajábamos y viajábamos. Vagábamos y vagábamos más aún —yendo hasta la punta del cerro o hasta las chullpas pintadas del río Lauca, sólo por ir, sólo por estar con ellas, sólo para sentir la magia, la belleza y la magia animista de los lugares. Pero resulta que, de repente y sin motivo aparente, hacía ya como una década que no insistíamos, que habíamos dejado de viajar juntos —quien suscribe, yendo y viniendo en los mismos afanes a la selva; el Gastón yendo y viniendo… por medio planeta! (artista bien celebrado mundialmente es!). 

Este viaje hasta el Huayna Potosí, este viaje juntos hasta el Huayna Potosí, esa otra montaña mágica que nos habita, este otro santuario, tenía un objetivo místico. Volver a reencontrarnos en el camino, volver a vagabundear juntos.

* * *

La noche anterior al viaje, escribí este poema que titulé, simplemente y como debía ser: Reencuentro, y lo dediqué, también como se merecía, y con su nombre completo, a: Gastón Gilberto Ugalde Castro. Veinte años después. Lo transcribo:

Eran volcanes
Los que latían
Aquellos días

Y nosotros sin saber
De pesadumbres o lavas

Y menos si quemaban
O a lo mejor florecían
En la piel, en el alma

Nunca jamás
Me olvidaré de vos
De vos y del Tata Sabaya.

Un amigo, originario aymara y activo promotor cultural, me hizo, a propósito del escrito, el comentario más acucioso de todos. Me escribió: “Gracias Pablo. ¿Cómo llegar a esos niveles de manejo de conocimientos? Es un desafío”. 

* * *

Creo con sinceridad que, en el fondo, se trata simplemente de eso: de asumir que los desafíos existen y que venimos a esta vida a probarlos, tanto en dirección de la existencia individual, pero más aún en su dimensión colectiva. Y que esa dimensión colectiva donde todo se proyecta y todo, finalmente, se resuelve es en el ámbito de lo cultural. 

Para dejar claras las cosas: si uno cree que el Amazonas es un río de los Andes, uno también puede creer que la economía o el estado también son, y no se asusten, desafíos que buscan desenlaces y resoluciones desde una sincera toma de conciencia cultural, en la profundidad y el espesor de lo cultural que le asignaron seres como Martí, Quintín Lame —que tanto te quiero— o Ezra Pound y Frantz Fanon —que tanto te extraño. 

Si algo se está gestando, si algo se sigue gestando en torno a esa Sudamérica, por allí van los tiros, las huellas y los pergaminos, por allí va la fragua y la forja, por allí va nuestro delirio continental, igual que aquel que tuvo el eterno Simón en el Chimborazo. A escribir el delirio, nos instó el gran Bolívar (a escribirlo, a cantarlo, a pintarlo, a sembrarlo, a cosecharlo; a transmitirlo, a compartirlo, a volverlo nuestro, a volverlo guía, símbolo de fuerza y de victoria, canción de esperanza). Ese delirio, que se sintetiza en esa Gran Verdad, la Verdad de la Verdad, como la que late en las faldas de ese otro volcán, esa otra montaña: Tunupa, y dice, y no es casual la redundancia: “no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres". (Simón Bolívar: Mi delirio en el Chimborazo)

Sudamérica, queridos míos, debe terminar de decir su verdad, debe empeñarse, debe clarificarse, debe redimirse o, simplemente, agotarse, subsumirse, volatilizarse, morir en el intento. Sudamérica debe lavar el espíritu, descontaminar su alma, afirmar su ajayu, su memoria, su épica y su gloria, o simplemente oxidarse, licuarse, reventar o morir en el intento.

* * *

De improviso, desde el oeste, empezaron a llegar nubes negras, negrísimas, colmadas de todo el fervor que sólo atesora la naturaleza. Nos quedamos a aguardarlas, mientras tomábamos fotografías. Estábamos en las pampas de Milluni, mina heroica, a 4450 metros de altura sobre el nivel del mar, y bajo el amparo de la montaña-santuario, el Huayna Potosí, que hacia el sur, seguía resplandeciendo. 

Cuando finalmente llegó, el granizo nos bendijo a todos. Caminamos uno en dirección hacia el otro, y mientras caminaba, mientras lo veía —un hombre caminando bajo la granizada, un hombre caminando sólo en la inmensidad de la puna y el cosmos bajo una granizada—, sentía que Gastón Ugalde siempre dijo su verdad, siempre me dijo la verdad. Secretamente, sólo para mí, se lo agradecí. Ahora, como hizo el inmortal Simón, ahora también lo escribo.


Pablo Cingolani
Río Abajo, 12 de abril de 2014

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2 Comentarios

  1. Quisiera tener el valor mistico para poder ascender hasta una cumbre. Quisiera tener la necesidas de Reese en Wild para hacer lo que esta lejos de mis posibilidades fisicas. Eso deseo cuando leo las cronicas de Cingolani... subitamente me lleno de anhelo y deseo. Buenisimo.

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  2. Increíble aventura! Gracias por esta genial lectura, saludos

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