La bruma de Morales

Del Atlas desmemoriado del Partido de Lanús - Volumen II

EDUARDO MOLARO -.



El poeta Morales emergió de las entrañas del entubado arroyo Las Perdices sin comprender qué había estado haciendo allí y cómo había llegado a ese inframundo.

A la salida, un oscuro y enorme perro le gruñó amenazante. Por un momento pensó que se trataba de Cerbero, duda que dilucidó inmediatamente al pegarle un tremendo patadón en la única testa del intimidante can que huyó espantado y dando lastimosos alaridos.

La cabeza del poeta parecía darle vueltas. Lo último que recordaba era una partidita de billar en el Bar El vómito.

La mañana (o acaso la noche) era brumosa. Apenas lograba distinguir entre la neblina la rumbosa casa del Dr. Alzamendi, colosalmente erigida en la esquina de Oyuelas e Ituzaingo.

Eso fue suficiente para intentar orientarse hacia su casa. 

El brujo Merlino, uno de los hechiceros de la calle Oyuelas, le salió al paso.

- ¡ Morales! Usted ya no será el de antes.

- Más que asustarme, acaba de darme usted una maravillosa noticia– respondió el poeta.

- Fíjese en la marca azul de su mano derecha ¡Es el estigma! Ha sido marcado usted con la insignia del Hades. 

- No sea boludo, Merlino. Es mugre de la tiza azul del taco de billar.

- Blasfemo! ¿Acaso se atreve usted a negar la existencia del Absoluto Maléfico?

- ¿Lo qué?

- Usted ya está condenado, Morales. Su negativa no impedirá que arda en el infierno. Ni siquiera tendrá una oferta a cambio de su pacto.

- ¿De qué oferta me habla?

- ¡De ninguna! Lo dicho: Usted ya está condenado.

- Está bien. ..

Morales emprendió nuevamente el retorno a su casa. Esta vez quien se cruzó con él fue Salomé.

- Hágame suya, Morales! No tendrá usted un paraíso mejor que el del infierno de mis besos.

- ¿Otra vez, Salomé? Ya nos encamamos tres veces en un mes.

- Hágame suya, Poeta! Le prometo que luego de amarme escribirá usted el poema perfecto.

- Pero yo quiero dormir…

- Duerma en mis brazos, Morales. Apoyado en mis pechos. Pero primero .. ¡hágame suya!

Morales se revolcó una vez más con Salomé, una hermosa y condenada mujer que cumplía oscuras comisiones para los Hechiceros de la Calle Oyuelas. Luego se durmió profundamente.

Fue despertado por la Policía y arrestado por dormir desnudo en la vía pública.

Al llegar a la comisaría 8va. de Villa Obrera, Merlino lo estaba esperando en la puerta disfrazado de Abogado.

- Usted ya está condenado, Morales…

El poeta no respondió. Su cabeza seguía dándole vueltas. Ni siquiera recordaba el goce de yacer con Salomé.

"Sería una vulgaridad de mi parte decir que esto debe ser un sueño o una pesadilla", pensó el poeta.

El cabo Benítez abrió la reja de la celda y el poeta ingresó. Sin comprender casi nada, descubrió allí varias mesas de billar, una humareda tabacal, un murmullo plural e ilegible y a sus amigos Heráclito y Danilo Vatolaro jugando al chinchón en una de las mesas regadas de caña Legui y vino de rancio abolengo.

El poeta, parado frente a un billar y una botella de Ginebra Bols, se miró en el mugroso espejo de la barra y comprobó que su rostro estaba manchado de azul.

El humo del Bar El vómito seguía siendo una bruma.


Imagen: Tomonori Taniguchi


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2 Comentarios

  1. Felicitaciones por el libro y por esta excelente continuación, querido Edu. Un abrazote.

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