Sin darnos cuenta

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Desconozco si los ejercicios de los encuestadores permiten establecer tendencias en el ánimo de la gente. Leo porcentajes de felicidad y de conformidad o rechazo frente a los actos del gobernante. No es fácil entender lo que ocurre en momentos determinados.

¿De verdad qué quiere la gente con su vida: los escasos años que no alcanzan para el amor y que se esfuman en imposiciones y disputas?

Por estos días, en el ánimo predomina el desinterés, incluso el fastidio, frente a los discursos, propuestas, callarse, de los candidatos a la Presidencia de la República. Pueden conjeturarse motivos, desde el desprecio hasta el aburrimiento. No hay que perder de vista que en el remolino de corrupción, torpeza, burla, exclusión, odio, que pone a prueba la razón, hay una esperanza fundamental que es la búsqueda de una manera de convivencia en paz.

El estado de descreimiento ha corroído también esa ilusión que por años alentó los propósitos nacionales. Como si aquellos pocos que nada pierden hubieran encontrado la forma de seguir acumulando sin la menor compasión por la construcción de humanidad que permite la paz. Ningún pensamiento renovador. Ningún deseo de perdón. Ninguna comprensión para con una situación de la cual tenemos responsabilidad. Toda una carga de venganza que envuelve intereses contantes y sonantes.

Como el mundo gira y da vueltas, ese alejamiento del rumbo de la política por parte de la gente que se podría llamar de ilustración urbana, es compensado por un revivir de aquellos que se quedaron echando raíces en el campo, indígenas y campesinos, que empiezan a desenterrar su voz y a elevar su protesta sin mediadores. Acto de necesidad y justicia puro que no cede a ecuaciones ni a leyes.

Entonces la vieja radicalidad de la izquierda se recoge en un discurso comprensivo de prudencia y límites, de civilizada respuesta. Y el conservadurismo, guardador elegante alguna vez, revienta dentelladas contra cualquier diferencia para ayudar a los santos a tener un mundo de altar sin abortistas ni libres sexuales ni lectores de García Márquez. Y la palabra bogotana para mostrar repulsa del principio de inclusión: Igualados. Se permitió mucho, dicen, qué horror.

Entre estos extremos, en medio de tensiones sociales que hacen cause de expresión, un sector inconciente, de aspiraciones cínicas, encuentra oficio y oportunidad.

Son muchos quienes piensan que el esfuerzo de los medios de comunicación por presentar intenciones de voto donde los candidatos se rasguñan medianías es un truco ineficiente de apostadores de caballos con dientes limados.

A lo mejor, en medio de dificultades, Colombia se está acercando a la verdad de su rostro, al momento de responder por los artilugios mediocres de su incompetencia, y no valdrán las lágrimas de cocodrilo por Nicaragua, por la Tutela, por ti y por mi.

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